sábado, 17 de noviembre de 2007

LA PALABRA SUJETO OPERADOR

“M. JOURDAIN
Quoi! quand je dis “Nicole, apportez-
moi mes pantufles, et me donnez mon bonnet de nuit” c’est de la prose?

MAITRE PHILOSOPHE
Oui, Monsieur
M. JOURDAIN
Par ma foi! Il y a plus de quarente ans que
je dis de la prose sans que j’en susse rien”
(Molière)

Carlos Rojas González

Alternativas del lector frente al libro.
El papel que han cumplido las disciplinas especializadas.
Qué hacer para descifrar los códigos que presenta la escritura.
El lector prisionero de un sistema de códigos y metalenguajes.

Desde que el lector se instala frente a un universo receptivo, se instala con él una suerte de ambigüedad que lo va a acompañar de principio a fin, que no lo abandonará a menos que él tenga que abandonar, se vea obligado o desista de continuar con el enunciado-discurso que tiene por delante. Esto lo podemos proyectar a cualquier lenguaje que se quiera “desentrañar”, sea éste literario, gestual, visual, es decir cualquier elemento –objeto que logre significar algo para el lector.

Pero siempre escuchamos aquello del placer del texto, de la importancia lúdica de la lectura, ¿cómo podemos plantearnos un espacio de dificultades en ese momento que, de aparente y cómodo ocio, busca encontrar el lector el placer de la confrontación, lector a quien para nuestra comodidad lo denominaremos enunciatario?

Podríamos decir que el ejercicio placentero de la lectura se transforma en una especie de tortura para el lector que intenta “desambiguar” el discurso que enfrenta, esto es la imposibilidad de encontrar la (s) significación (es) que el discurso plantea (definiremos aquí el discurso como toda dimensión que nos proporcione la posibilidad de una significación); entonces, cuáles son sus posibilidades y las competencias que debe tener este enunciatario frente a lo que Saussuse llama lo heteróclito del lenguaje.

Observemos, entonces, algunas concepciones de lo se que denomina leer, según algunos teóricos de las ciencias de lenguaje: leer es nombrar, elaborar las unidades de significación que vayamos encontrando para luego dejarlas fluir en un devenir incesante. No es pasar de una palabra a otra sino también de un nivel a otro, proyectar el encadenamiento horizontal del hilo narrativo sobre un eje implícitamente vertical. Leer es pasar de un nivel a otro (R. Barthes, 1966, 1967). Por otro lado, encontramos que leer es realizar un proceso de desambiguamiento –eliminar las ambigüedades del discurso- para llegar a través del nivel superficial al nivel subyacente, donde se encuentra el proceso de significación; para esto, es menester desarticular (“desmontar”) el discurso y “textualizarlo” (A.J. Greimas, 1968, 1978). Valdría preguntarse aquí si todos estos procesos requeridos pueden ser saturados por un lector quien no intenta otra cosa que encontrar el sentido de un enunciado-discurso, queremos referirnos ahora específicamente a la escritura.

Los elementos de análisis llamados teoría literaria, retórica, han sido de gran utilidad, a pesar de que su aplicación adolece, en muchas ocasiones, de una adecuada operatividad, sin embargo es con lo que se cuenta en la mayoría de veces para encontrar la significación. Los esfuerzos teóricos que se han realizado para introducir esta retórica en las ciencias del lenguaje, particularmente para darle estatuto semiológico a las categorías de análisis tradicional no han sido divulgados de manera suficiente y han quedado en un espacio algo gratuito, tomado en cuenta sólo por especializados, me refiero a los trabajos T. Todorov (1966-1978), Ch. Bouzais (1972), G. Genette (1971-1978), J. Dubois, P. Minguet, F.Pire (1979), C.Bremond (1964), Y.Lotman (1977), para solo mencionar algunos.

Una vez más encontramos al lector desposeído de un marco teórico adecuado para hacer frente a la palabra. Será menester, entonces, tomar la decisión de aceptar el sentido de los otros, las opiniones que vierte la denominada crítica que casi siempre está acompañada de elementos axiológicos e/o ideológicos y tomarlos como la verdad o la significación más apropiada, aún cuando sabemos que cada quien emitirá los juicios de valor que considere convenientes o se encuentren en su espectro de conocimiento. Habrá que aceptar la cultura de los otros, con todas sus afectaciones. Creemos menester puntualizar que esta ha sido una de las causas de una conciencia analítica equivocada, ya que lo que plantea la crítica, en muchas ocasiones por interés de grupo, debe ser aceptado bajo la amenaza implícita de ser considerado ignorante o no encontrarse a tono con el momento. El historicismo y el sociologismo –en ocasiones el sicologismo- integran, en la mayoría de veces, el universo teórico conque se va a enfrentar la palabra. El enunciado-discurso está sujeto o, digamos mejor, englobado por el referente, toda significación estará subordinada a lo que sucede en el exterior de la obra, habrá que conocer y reconocer los acontecimientos del entorno como la parte integrante más importante y que por supuesto se transformarán en el operador de la obra. El estudio intratextual ha sido desplazado al exterior del mismo, ahora es de suma importancia saber la fecha exacta de nacimiento del autor y de los acontecimientos que lo rodearon antes de cómo logró organizar el proceso de significación. Durante muchos años ésta ha sido la tónica casi obligatoria para determinar el sentido. Estamos ahora no frente a un entorno englobante y un discurso englobado sino, además ante el mito de la historicidad y del autor como héroe.

Para puntualizar sobre algunos de los aspectos aquí enunciados, consideramos necesario realizar ciertas aclaraciones.

El caso de las ciencias del lenguaje, llámense semiótica o semiología, homologándolas a pesar que consideramos tienen su diferenciación, cuestión que no es objeto de esta propuesta, consideramos que la falta de divulgación ha sido el factor principal para que no proporcionen el espacio teórico-operativo, objetivo para el que fueron creadas. La razón la podemos encontrar en la falta de especialistas y en el excesivo metalenguaje que, en muchas ocasiones, algunos autores manejan, así como en la resistencia de quienes ejercen el oficio intelectual.

Igual suerte, podríamos decir, ha corrido la retórica (poética) que busca otorgar estatuto semiótico a la teoría literaria. Su aceptación ha sido limitada por los interesados, de igual manera el uso metalingüístico se ha constituido en una importante reserva para su acogida.

La crítica, tomando de una y otra parte sigue predominando en el medio. A veces con grandes altibajos, donde los juicios de valor saturan las páginas de los diarios. Otras con mayor especificidad, tratando de encontrar el sentido de la palabra a partir de su red de relaciones.

Consideramos que en los actuales momentos, donde las ciencias del lenguaje están logrando alguna aceptación, es menester impulsar su desarrollo disciplinario, ya que su limitada acogida sólo se produce en pequeños espacios, especialmente centros de estudio particulares, y tratar que ellas puedan cumplir con su objetivo: servir de herramienta para lograr encontrar el contenido subyacente del discurso y proporcionar la ayuda que puedan requerir las otras disciplinas que se ocupan de igual menester. Este será un trabajo arduo que necesitará el apoyo de todos, ya que se tratará no solamente de encontrar estatutos de apuntalamiento semiológico a las otras disciplinas sino de lograr el encuentro del sentido lógico del discurso, a partir de la confrontación teórica para arribar a una operatividad práctica.

Será, a lo mejor, la forma más adecuada de lograr ayudar al enunciatario-lector a desentrañar esa lectura plural (pluriisotópica) encaminándolo u orientándolo con una lectura básica, para que a través de ésta pueda encontrar esas significaciones múltiples que tanto desea y aceptar, sobre todas las cosas, que la palabra tiene el estatuto de sujeto-operador, aquel que hace hacer.

La reflexión final de estas breves líneas, que propusimos en el primer enunciado, nos lleva a plantearnos el papel de lector-enunciatorio (quien recibe el mensaje del enunciador), ¿qué alternativas tiene y cuáles son sus posibilidades frente al enunciado-discurso, estará obligado a adquirir las competencias que definen las disciplinas aquí mencionadas, con su copioso metalenguaje, lo que se transformará en la prueba calificante para descifrar los códigos que el discurso mantiene en su estructura?. En todo caso, podemos decir que el lector va a estar siempre prisionero de metalenguajes y códigos, ya que su aceptación y conocimiento podrá considerarse como la única posibilidad para poder “textualizar” el discurso y encontrar la significación básica con la que pueda proyectarse a todo el proceso significativo que produce la lectura.

Sin embargo, con las reservas que se pueda tener acerca de lo planteado, es fundamental intentar, sobre la base de una capacitación teórica con categorías flexibles, que el lector logre el adecuado distanciamiento para interpretar, en lo posible, lo que el discurso dice y no distorsionar el sentido con ideas previas y proyectar su emotividad antes de iniciar el análisis. Pero todo esto estará restringido a quienes integren los centros académicos especializados, para los demás habrá que crear seminarios de capacitación que logre ponerlos acorde al proceso desambiguador del discurso.


























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